De los tesoros en la Toscana y en la memoria

En 1995, en un viaje de mochilazo a Europa, perdí mi cámara, la dejé en un tren, y como no tenía compañía, ni dinero, no había manera de fotografiar lo que para mí era un verdadero sueño: las montañas suizas que hacían de la ventana del tren una pintura espectacular. Así que decidí escribir en una libretita todo lo que veía, y creo que gracias a esas fotos que capturé con palabras, puedo recordar tantos detalles. Pues asimismo escribo ahora mi última aventura en Europa, no porque perdiera mi teléfono (ahora que el teléfono es más cámara que teléfono), sino porque justamente las fotos no pueden documentar lo que se respira ni lo que se siente.


Verano del 2016, Viajamos a Suiza, donde vive la madre del Amorini. Ella estaba en un hospital, pues no se había podido recuperar de una herida en el pie, así que decidimos no movernos de Suiza, pero el Amorini tuvo la ocurrencia de preguntar a dónde me gustaría ir. Dije varios lugares de Suiza, pero en el fondo de mi corazón pensé en Italia, y el problema es que mi corazón tiene una ventana abierta, y pues Italia se salió. Y ya afuera, sedujo al Amorini y no me quedó más que llamarle a mi amigo italiano Marco Bencini para preguntarle si la Toscana estaría dispuesta a tener un amorío con mi familia. Pero qué pregunta, esas tierras son la mejor amante para todo aquel citadino necesitado de vida campestre.

Pues con la novedad de que ya le pusieron nombre al acto sublime de hospedarse en una villa alejada de la ciudad, le llaman Agriturismo, y no es más que eso, dormir en una villa en medio de olivos y viñedos. Nosotros llegamos a Il Cedro, ubicada en Regello, muy cerca del restaurant Fratelli Guisti, de mi amigo Marco. Entre Florencia y Arezzo. La villa tiene una alberca y casitas con cocina, techos de vigas de madera y tejas de barro, ventanas que también son puertas en donde se asoma el color verde en todo su esplendor. Nada, ni edificios, ni casas, ni gente, sólo verde. Tampoco ruidos, sólo los sonidos de la Toscana (también en todo su esplendor). Los placeres de la Toscana están en su tierra y su cielo, la tierra rojiza que da color al barro de los tejados, los ladrillos y las canteras de los edificios antiguos, y el cielo que arroja la luz amarilla, ese amarillo que nunca se ve en Londres o en las montañas nubladas. La tierra que da los jitomates profundos en sabor y color, que da los olivos y las uvas que aman la comida con sus jugos, aceites y vinagres.

En fin que cuando entré a ese restaurant que tenía 10 años de no pisar, aparece en la puerta mi amigo de la vida con una foto mía en el mismo lugar pero de 1995, tenía yo los cachetes rebosantes y una mirada inquieta y agradecida con esa familia maravillosa, de un mundo tan distinto y sin embargo tan mía.

Pues nos sentamos con vista a la Toscana y en mi lugar una bruscheta roja y jugosa que ya me esperaba y se me ofrecía vulgarmente, y así vulgar le llegué, con las manos y a mordidas feroces. Luego le siguió la ensalada de pulpo, el carpaccio de calabaza y parmesano, y el espagueti a la vongole (con almejas y vino blanco). No solo parece que es mucha comida, lo es, es un atascadero bestial, no hay otra opción en ese lugar. Bueno, sí la hay: regresar al día siguiente para seguir con el festín, el cual continuó su curso con pasta al pesto, carne al romero, melón con procciutto, prosecco Ferrari, vinos tintos de la Toscana, postres, panna cota y el cierre perfecto con expresso y una grappa de prosecco de color oro diluida lentamente en el paladar, y cuyo sabor reposó y se balanceó como si fuera yo una hamaca.

En fin que el placer de tener la naturaleza servida en un plato o en un vaso es esa locura de Italia. En particular este restaurant, donde no decoran los platos como en Nueva York con brochazos de salsa, rayitas, gotitas, cuadritos y demás ridiculeces, el plato de melón con procciutto es sólo una lámina de procciutto tumbada encima del melón a merced de la gravedad y no de una decoración con manos delicadas. Las pizzas son tan simples como nunca lo entenderán en América del Norte (y eso incluye México), la salsa de tomate no es dulce ni tiene tantos condimentos. Es solo la naturaleza que da esta tierra, sin decoros ni aditivos, excepto por sus gloriosos aceites y vinagres, los cuales se pueden encontrar en todo el país, pero mi favorito es el balsámico de Modena, ese jugo avinagrado y reposado en maderas para que los antipastos y ensaladas suban al cielo y regresen al paladar con sabor a gloria.

Justo en este viaje tuve la fortuna de probar un balsámico espectacular. Cuando comía mi ensalada de pulpo, tuve la maravillosa idea de pedirle a Marco un bálsamo de esos, entonces me pidió que no tomara el de la mesa, que me traería uno muy especial, así que desapareció y regresó luego con una caja que contenía una botellita de 100 ml, como debe ser el vinagre en su autenticidad y cumpliendo a cabal su denominación y producción tradicional. Una botella llena de años, quizá 20, y de gotas balsámicas que tuve a bien rociar en mi ensalada. Usé solo 7 gotas. Las conté, siete gotas de cielo.

Ahí mismo probé un Chianti tan bueno, que al hacer todas mis lisonjas por tal jugo, mi amigo me sugirió conocer el viñedo de donde venía esa botella, era de sus amigos. Y ni tarda ni perezosa, me lancé a Chianti, exactamente a Quercetto di Castelina, donde probé cuatro vinos:

L'aura. Quianti Classico
Sei. Quianti classico. Gran Selezione
Podalirio. Merlot Toscana
Furtivo. Rosato

Mi favorito fue Sei, pues me pareció un vino más completo, con más cuerpo y permanencia en el paladar. La degustación fue sólo para nosotros. Y para nuestros ojos envidiosos, el paisaje también. De ahí paramos en un restaurant llamado "Osteria Alla Piazza" con una vista al mar de viñedos de Chianti.

Cuando se nos bajó la borrachera de belleza, nos arrancamos a uno de mis lugares favoritos y que nadie conoce:

Il Borro.
Mini pueblito medieval adquirido, rescatado y restaurado por la familia Ferragamo, que funciona como resort y spa, pero se puede visitar sin hospedarse. Es un sueño el canijo lugar. Tiene un camino empedrado que lleva a la casitas medievales, y en algunas de ellas están, como en refugio del tiempo, unas máquinas cuenta historias, que al prender la luz del cuarto se activan y mueven algunos de aquellos personajes medievales en un acto mecánico y rudimentario. Un viaje al tiempo, del cual es difícil regresar.

Al final yo pensé que había salido de Italia como una cazadora triunfante: habiendo arrancado de la tierra toscana un par de botellas de vino y vinagre balsámico, y llevarlas bien escondidas en mi maleta. Pero algo nos faltó, una buena grappa, y el último recurso que teníamos era la ciudad de Como a las 6 de la tarde cuando todo ya está cerrado. Pues nos arriesgamos, estacionamos el coche y buscamos en el centro lleno de locales cerrados, pero para regalo de los dioses, había una vinatería abierta, con cuatro mini mesas para degustar vinos. El amorini y yo al ver eso, dijimos: Y por qué no una escala con prosecco Ferrari en nuestro regreso a Lucerna! De esas veces que las parejas están totalmente de acuerdo en algo, así que rapidito lo pedimos, no vaya a ser que nos cierren la puerta en las narices o que el mutuo acuerdo sufriera su vigencia. De pronto se dejó caer en la mini mesa un también mini antipasto de cortesía, al tiempo que echábamos un ojo a las grappas, pero de pronto me encuentro con el vinagre balsámico de los dioses que me ofreció Marco en su restaurante, e ipso facto me lanzo por él, lanzada que fue detenida groseramente por la etiqueta que marcaba su precio. La pinche botellita gloriosa costaba 90 malditos euros, y bueno, pensé, tampoco es que uno se tenga que comprar el cielo. Pues me brinqué la botellita, sí, pero me llevé unas honorables y bellísimas grappas, ¡faltaba más!

En fin que cuando eso parecía la despedida perfecta de Italia, descubrí una cafetería hermosísima que me hizo unos "ojitos" que decían "sólo te falta un capuccino", el último capuccino verdadero y decorado con una rosetta que me decía en silencio "vuelve pronto".

Y aunque esta vez no perdí mi cámara, dejo aquí algunas fotos, pero también mis emociones documentadas para regresar un día por ellas. Quizá entonces vuelva a agradecer haber perdido esa cámara en 1995.


Il Cedro












Restaurante Fratello di Giusti, en Regello









Quercetto di Castelina
















Il Borro

















Como, Italia


  




















Villa il Cedro 
Via Le Coste, 4, 50066 Firenze, Italia

Ristorante Fratelli Giusti
Località Prulli di Sopra, 100, 50066 Reggello FI, Italia
Querceto di Castellina
Località Querceto, 9, 53011 Castellina in Chianti SI, Italia
Osteria Alla Piazza
Loc. La Piazza, 53011 Castellina In Chianti SI, Italia
Il Borro
Località Borro, 1, 52024 Loro Ciuffenna AR, Italia





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