Mi Cuba querida y la carencia que enriquece


Desde que Cuba se abrió más al turismo, éste ha incrementado de manera asombrosa. En 2017 los puertos reciben por fin a las grandes compañías de cruceros, así que medio mundo ya está yendo a Cuba, al tiempo que se enfrenta a la contradicción de emociones que implica esa visita. ¿Qué es lo que pasa cuando uno llega a este país? Por ejemplo en la Habana, sale uno del puerto aéreo o naval, comienza a andar por las calles, y entonces se levanta en el pecho una sensación de respeto. Respeto por el sistema, por su historia y por su gente, por su pobreza, por su libertad limitada y por su riqueza cultural, humana y ambiental, que de entrada abriga con sus húmedos 30oC. 
 Después llegan los engaños de los taxistas y el descubrimiento de haber sido timado montones de veces; las advertencias: "no compren puros en la calle, no crean todo lo que les dicen, no esperen puntualidad...", y así se va andando con asombro ilimitado, los edificios antiguos que piden clemencia, los que ya no tienen solución ni techo y los altivos que tuvieron la fortuna de ser cuidados, cuyas cornisas, frisos, columnas y pisos de cemento encáustico presumen el elegante gusto de sus olvidados creadores.

Aunque hay que reconocer que el deterioro y la soberbia del tiempo tienen lo suyo de estético, y hechizan los ojos de igual manera, o incluso más. Es como una paradoja que se vive a cada paso. Se puede delirar pensando en la injusticia social, meterse a un barrio con casas otrora majestuosas y hoy sostenidas de vigas de mala madera con familias completas hacinadas en esa belleza arquitectónica que agoniza y se cae a pedazos sobre ellos, que no les da suficiente agua ni otros servicios que en otros lugares llamamos "básicos". 



Pero al platicar con esas familias se encuentra una riqueza cultural y cognitiva que las pobrezas de otros países capitalistas no tienen. Se puede hablar de cualquier tema y con cualquier profundidad. En Cuba la pobreza no es sinónimo de ignorancia. Y entonces surge en la memoria la injusticia de otros países y consecuentemente la pregunta "¿cuál injusticia es más injusta?" Y así la dicotomía y el absurdo siguen su curso: se anda entre la fascinación y el dolor. La puñalada en el corazón cuando una mujer se acerca y suplica un jabón para lavar a su hija de tres años, y el júbilo justiciero de ver que por lo menos tiene una casa que le perteneció a un tipo poderoso que fue despojado de su riqueza para dárselo a ella y a sus hijos. El absurdo de la tristeza que da ver a niños sin juguetes pero la alegría de verlos en sus escuelas gratuitas aprendiendo y jugando, y también bailando. Sobretodo eso, bailando. La paradoja de caminar sobre calles y banquetas totalmente rotas pero llenas de niños jugando en ellas sin el terror que hay en otros países por resguardarlos a un metro de distancia. Porque el terror no existe acá. Hay tristeza, carencias, muchas carencias, nostalgia en cada centímetro cuadrado y cúbico, pero no terror. Nunca terror. Se anda sin cinturón de seguridad, sin cascos y sin miedo.
 
La música suena por todos lados y a todas horas, se fuma también en todos lados. Las reglas son diferentes y menos cuantiosas que las de los países súper ordenados. Los países nórdicos que también tienen educación gratuita pero hace un frío del carajo y las calles están muertas antes del anochecer. Y donde si uno sonríe por las calles es porque se debe estar loco de atar. 

La injusticia de otros países súper ordenados capitalistas o social-capitalistas está en el sistema hambriento de placeres banales, creador de adictos al consumo, pero también está en la gente amargada, suicida y eternamente insatisfecha a pesar de tenerlo todo, en donde sus demandas sociales suenan a melindres y rayan en el disparate.
La injusticia de México, por poner otro ejemplo que flota en nuestra sangre, es el terror de la inclemencia de sus gobernantes y sus mafias masacradoras, el robo de niños, la justicia apocada, pero sobretodo la ignorancia impuesta.
Y es entonces que uno entiende por qué hay gente (porque la hay) que decide dejar las comodidades y el consumismo y mudarse a Cuba.
 
Será que la injusticia de cada sistema es proporcionalmente insoportable. 

Será quizá que casi todos los sistemas económicos son enormemente estúpidos, mentecatos al fin. ¡Cómo es que los cubanos con permiso viven en otros países unos meses y luego regresan otros meses a su carencia llenadora de vida! Regresan a su arquitectura majestuosa pero humilde, a una pobreza con tan poca delincuencia, donde la injusticia es relativa.
Así, al final de un viaje a Cuba, la carencia vacacional resulta muy enriquecedora, no quizá así la carencia impuesta, ciertamente la decisión de vivir humildemente debería ser por voluntad propia. Porque nada podrá arrancar aquella puñalada latente de la súplica por un jabón. Se la lleva uno atravesada hasta el hogar, de la mano de ella y con el corazón a tono de son cubano. Y ni aún así existe algo que conceda la respuesta de cuál injusticia es más injusta. 

 Susana Cabrera


Recomendaciones para una visita enriquecedora

Hospédense en una casa antigua, en el barrio del Vedado, donde las casas conservan su esplendor y la marca del tiempo.
Lleven jabones, zapatos de niños, ropa y haga trueques: al vendedor de fruta cámbiele una piña por unos zapatos, al cartonista cámbiele un dibujo por ropa, a la vendedora de maní pídale un maní a cambio de zapatos para su hijo. De esta manera se consigue un acuerdo y no una efímera muestra de caridad.

Fumen en interiores. Es su última oportunidad. Fumen puros de calidad y recién hechos. Compren puros en la tienda de puros del Hotel Habana Libre y pídanle al señor que hace puros en la entrada que les muestre cómo se hace un puro, cómprenle ese puro y otros más hechos por él y fúmenselos lo antes posible.

Visiten el Taller de Serigrafía René Portocarrero y pidan que les muestren cómo trabajan. Compren una litografía en su galería.
Busquen eventos culturales, inauguraciones, exposiciones y visiten el Jazz Café, La Casa de la Música y tantos lugares de música en vivo como les sea posible.
Platiquen con la gente, hablen de fútbol, de música y tomen una clase de salsa en La Casa del Son.
Tomen fotos de los niños y sus sonrisas, esas fotos serán una de las mejores joyas que se pueden llevar de la entrañable isla.

















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