Desde mi hogar en Estados Unidos, recién
terminadas mis vacaciones en México, tratando de olvidarme de cómo extraño a mi
gente, mi comida, y readaptándome una vez más a otra cultura, pienso en mi
papel como extranjera y como mujer, o mejor dicho como mexicana y como mujer
(con eso de que la mexicanidad tiene una connotación más fuerte en esta época
política), y descubro que mi reflexión no tiene sentido porque el mes en que se
conmemora a la mujer ya terminó, y las redes sociales van dictando los temas de
los que se tiene que hablar forzosamente. Hablar ahora o callar para siempre, pues en estos días, hablar de un tema que pasó hace unas semanas no es estar desactualizado, sino loco de atar. Y entonces pienso ¿cómo hacer que el mes que nos
recuerda la lucha de las mujeres continúe su curso el resto del año?
Pues resulta que el mes de marzo no es el
único momento en que las mujeres latinas (ya hablando localmente) tenemos
varios retos servidos en la mesa, de hecho tenemos los retos dosificados de
lunes a domingo, entre los más obvios, que implica la lucha contra la
discriminación y abuso por ser consideradas una raza inferior, o incluso
ignorante, está el más desafiante reto que es además inherente a nuestra
naturaleza: Educar. ¿Cómo vamos a educar a nuestros hijos en este país? Y más
allá de eso, cómo vamos a hacerles respetar la autoridad, encabezada por un
presidente que nos ha minimizado cuantiosas veces como mexicanas y como
mujeres.
Es difícil explicarle a nuestros hijos
que el presidente que gobierna el país donde vivimos y muchos de sus seguidores
y autoridades no nos quieren, nos denigran y encima hay que guardarles respeto.
Las latinas vemos jugar a nuestros hijos
con otros niños al tiempo que les exigimos que jueguen en un ambiente justo y
respetuoso, que tomen turnos, que no insulten, que no hagan bullying, mientras las mujeres reciben menos dólares por hora y puestos inferiores por ser
mujeres, y mujeres latinas.
Las madres latinas sabemos que nuestros
hijos, como otros niños, están llenos de sueños como ganar una competencia,
viajar, meterse a una alberca, jugar, ser astronautas o policías, doctores,
rockstars o presidentes. Y nosotros tenemos que llenar esos sueños con valores,
valores de respeto sin importar las diferencias o credos, tenemos que
enseñarles a abrazar y apoyar a quienes necesiten ayuda, aunque nosotros
también la necesitemos, así como movilizarnos y unirnos para reclamar nuestros
derechos humanos y exigir la justicia.
Pero de dónde sacar fuerza para lograr estos
retos cuando tenemos frente a nuestros ojos a infinidad de latinas que permiten
el abuso y por si eso fuera poco, niegan además su propio origen, su propia cultura.
Defendernos como mujeres implica también enseñar nuestro idioma, exigirlo a
nuestros hijos inmigrantes. La cultura también la llevamos en la sangre, nos
brinda oxígeno. La cultura no se debe negar ni al educar a nuestros hijos ni al pedir
igualdad de oportunidades, sin importar nuestro género ni nuestra procedencia.
Una latina con un empleo importante me
dijo hace poco: “No importa si llegas a EUA con un nivel profesional muy alto,
aquí tienes que empezar de cero por ser latina y por ser mujer”… Pues hay que
sacar la fuerza de esa mediocridad cultural, seguir motivando a otras latinas a
defender nuestro género, nuestra lengua y nuestra cultura no sólo en marzo,
sino todo el año. Tenemos que defender nuestro idioma, que es nuestro pueblo. Nuestra lengua son nuestros colores y nuestras flores: un gran regalo para los
hijos y parte de su patrimonio. Y con la fuerza restante luchar contra el miedo
a la peor cara de la humanidad, esa célula que es el combustible de la división
y la brutalidad humana: la intolerancia.
Con mi hija en alguna manifestación de Nueva York...
3 Comentarios
Mi amor, que bien dicho, te admiro muchisimo!
ResponderBorrarMe encanta! Pienso en aquellas familias latinas que dejaron de hablar en su propio idioma por vergüenza o no sé porqué. ..
ResponderBorrarLos compañeros de mi hija que son hijos de hispanos no hablan español. Ni uno solo habla español. Para mí no solo es una tristeza, sino una tragedia cultural.
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