Justo para quienes pensaron que la
exposición más grande de Damien Hirst había quedado en su retrospectiva del
2012 en el Tate Modern, el artista reaparece con una exposición soberbiamente
superior, por lo menos en dimensiones (y presupuesto). Pero no sólo eso: adiós
a las bolitas, las mariposas, los animales en formol y las vitrinas de
medicina. Hirst se reinventa en su exposición "Treasures from the Wreck of
the Unbelievable", hasta diciembre de 2017, en donde cuenta la historia de
un barco náufrago de 2 mil años de antigüedad plagado de obras de arte y otros
objetos, el cual fue encontrado en 2008 y cuyas piezas son rescatadas de la
profundidad de las costas africanas y expuestas en 50 salas de dos majestuosos
recintos de la fundación del magnate François Pinault, Punta Della Dogana,
hermoso edificio aduanero que permanecía abandonado desde 1983, y Palazzo
Grassi, ambos en Venecia, Italia, a unos cuantas décimas de milla náutica de
distancia entre ambos (bueno, a diez minutos de distancia). Que, hay que
decirlo, fueron remodelados por el arquitecto Tadao Ando, lo cual es ya una
joya altamente digna de ser visitada.
La exposición ha dado mucho de qué
hablar, pero lo que llama la atención es la crítica generalizada que relaciona
el neologismo “posverdad” con la exposición, como si el concepto se desplazara
del ámbito político al arte. La “posverdad” es una nueva entrada del
diccionario Oxford, ejemplificada por excelencia con los triunfos de Trump y
del Brexit, en donde los hechos reales influyen menos en la opinión pública que
los llamamientos a la emoción y a la creencia personal. En palabras de Harry
Frankfurt, es una retórica persuasiva que se desentiende de la verdad, pero los
nuevos teóricos dicen que se trata no de una mentira, sino de un fenómeno donde
la misma audiencia prefiere alejarse de la verdad para creer una historia que
le atraiga emocionalmente. En el caso nuestro, se le ha atribuido a la
exposición debido que la historia que nos cuenta Hirst es casi inverosímil:
Según Damien Hirst, hace 2,000 años, un
turco llamado Cif Amotan II, quien fuera esclavo del imperio romano y
convertido en comerciante después de su liberación, equipó el buque Apistos
(traducido como “El Increíble”) para transportar su colección de arte
proveniente de todos los confines del mundo. El barco naufragó, fue descubierto
en 2008, y llevado a Venecia para esta exposición. Un video de corte documental
muestra dicho rescate en la entrada de la exposición de la Punta Della Dogana.
Después la exposición continúa en el Palazzo Grassi, donde se ubica la
escultura Demon with Bowl (Demonio con un cuenco), un coloso de 18 metros de
altura. Hay esculturas griegas, egipcias y romanas con alusiones mitológicas y
alegóricas, un calendario azteca, monedas, accesorios de oro y múltiples armas
antiguas, la mayoría de las esculturas con incrustaciones de coral y esponjas
marinas creando una simbiosis estética de una obra de arte (antigüa) con la
belleza de la naturaleza, marcando un kitsch inalienable, el kitsch marino que
fuera del agua solo es posible mediante la reproducción plástica.
Pero sucede que en la historia contada
hay inconsistencias: de pronto se encuentra una escultura de Mickey Mouse de la
mano de Walt Disney, un busto de Nefertiti con el rostro de Rihana, una
escultura que parece ser “Goofy”, un calendario azteca de casi 5 metros de alto
en bronce (nótese hace 2 mil años los aztecas todavía no dominaban
Mesoamérica), la escultura de un niño y un oso que parecen Mowgli y Baloo, los
cuerpos de las esculturas responden a una estética más contemporánea que
milenaria, es decir hay torsos griegos que parecen barbies y esculturas de
mujeres de curvas y carnes voluptuosas a manera de las divas del hip-hop
actual. Entonces comienzan las dudas en torno de la veracidad de ellas como de
la leyenda del tesoro encontrado. Hirst introduce la ambigüedad en una suerte
de sarcasmo narrativo. De ahí que varios críticos hayan recogido el concepto de
“posverdad”, lo cual no está lejano al fenómeno que se vive en la época actual
de mitomanía mediática y de credulidad cautiva. Seguramente Hirst también tomó
el fenómeno para jugar con él. Y nos da algunas claves, la más importante está
en el nombre del barco “Unbelievable” (“Increíble”), las otras están en la
narración dosificada de sala en sala y de pieza en pieza, y en los errores de
articulación narrativa (el calendario azteca es un claro ejemplo).
A pesar de la intención supuestamente
embustera, en realidad estamos frente a un autor que cuenta un relato
fantástico, como aquellos autores que marcaron dicho género literario del siglo
XIX: Edgar Allan Poe, Bram Stoker, E.T.A. Hoffman, entre tantos otros, en donde
el elemento fundamental es lo que surge de lo inexplicable: la incertidumbre,
un relato donde dos ámbitos contrarios, lo posible y lo imposible, coexisten en
la narración artística. La primera condición de lo fantástico se encuentra
entre los límites de lo extraño y lo maravilloso, elementos presentes en los
dos recintos de la exposición. Tenemos además dos historias en esta narración:
la historia del coleccionista milenario cuyo barco naufragó y la historia del
rescate del tesoro, en las cuales hay una carga de valor por la dimensión
temporal (2 mil años de diferencia, 2 mil años que añaden valor a las piezas),
y ambas historias son maravillosas, pero tienen problemas de articulación una
con la otra, un problema claramente intencional.
¿Es entonces un caso de posverdad o un
relato fantástico? Pues bien, tenemos una pista: En la entrada de la exposición
se postra la frase “En algún lugar entre la mentira y la verdad yace la
verdad”. La exposición es un claro juego pueril del fantástico tesoro
encontrado, de imaginario, de ambición y de belleza, pero no existe la
manipulación, la cual es inherente al concepto de posverdad. Hirst no tenía intención
de generar una opinión sobre una tendencia, una postura, una institución. La
posverdad lleva implícita la manipulación, el relato fantástico no. Éste tiene
una finalidad estética y filosófica. La condición estética de la literatura,
según Bajtín se debe a que es reveladora de lo humano (no a su semejanza con
los hechos reales).
Las piezas de la exposición fueron
sacadas del agua (según lo muestra el documental), y sí, detrás todo esto hay
una inversión millonaria, pero por encima de todo, la maravillosa historia y el
acto de creer o no creer es realmente importante (ni siquiera la monstruosidad,
ni lo ostentoso), la práctica lúdica de un relato que se embate entre la
ficción fantástica, lo verosímil y la verdad, entre lo infantil y lo colosal
(aunque es muy divertido descubrirse atrapado en el acto propio de credulidad
en un ámbito fantástico).
Así pues, Damien Hirst regresa después de
5 años de ausencia para contarnos un relato, de esos que uno busca en la
literatura de los tiempos pasados y actuales con la única finalidad de
deleitarse la imaginación y los sentidos. En palabras de Todorov, máximo
teórico del relato fantástico: “Si la literatura no nos enseñara algo
esencial sobre la condición humana, no nos preocuparíamos por regresar a los
viejos textos de hace dos mil años [justo lo que tiene el barco náufrago de
Hirst] (…) Por esta razón, Sófocles, Shakespeare, Dostoievski y Proust siguen
colmando no solo nuestras aspiraciones estéticas, sino también nuestra
necesidad de saber y de comprender.”
Susana Cabrera
2 Comentarios
WOW! Excelente artículo.
ResponderBorrarExcelente árticulo, yo no creo poder ir a Venecia a ver la exposición, la vi en el documental de NETFLIX, me encanto tu profesionalismo para explicar la exposición, para mi no es ni increible, ni posverdad ni ninguna otra cosa, para mí es sólo uno de esos hayazgos arqueológicos en los que descubren cosas que contradicen la historia y la arqueología oficial,y simplemente para pasarlo a la abstracción del arte y la narrativa lo mezclaron con una que otra cosa que pudiera romper la seriedad del hayazgo para que sólo los más aventurados pudieran disfrutar cómo verdad.
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